19.10.07

046 - La visita





Solo el paso del tiempo les había cargado de años. Los años, por un raro mecanismo, empujan más deprisa a medida que avanza el tiempo.


Ahora, ya casi ancianos, solo se tenían el uno al otro... y parecían no necesitar más.

Habían tenido tres hijos, que les habían llenado de felicidad, al menos durante mucho tiempo, creían recordar.


Ahora tenían una visita.


Eduardo parecía el más normal. Se había ido pronto de casa. Se había casado con una azafata. Viajaban mucho. No sabían dónde vivía. Recibían, de vez en cuando una tarjeta postal con una extraña dirección que no entendían. Creían recordar que su hijo había estudiado algo de muy alto nivel. No vivían en España. Estuvieron hace poco ¿no?, Se decían. Claro. Y era un claro muy poco claro.

La visita era puntual. Había aparecido, sin previo aviso, una mañana de la primavera. Tal vez fuera aquel jueves en el que los de la asistencia social nos trajeron el aparatito ese que tiene un botón que hay que apretar si nos pasa algo, dijeron. Pero lo importante es que era puntual.

Magdalena, su hija, la mediana entre los tres, también estudió. Hizo algo relacionado con las artes. Eso lo recordaban bien por que siempre tenían la casa llena de extravagantes visitas y, y eso si que importaba mucho, toda la casa siempre desordenada llena de botes de pinturas y extraños cuadros.
Magdalena no daba señales de vida. Se decía que estaba en el extranjero. Gente mal pensada decía que trabajaba en un cabaret. Y los había que pensaban lo peor.
Magdalena, de cuando en cuando, enviaba un cheque al banco. Pero ellos no se enteraban.

Hacía tiempo que no les interesaba la televisión. Decían que ese aparato lo carga el demonio. Curiosa expresión, cualquiera diría el diablo. Pero ellos eran de la opinión de que el demonio anda suelto.
Si tenían encendida la radio era, más que nada, por que el ruido de fondo les acompañaba. Tampoco les interesaban las noticias. Algún anuncio les llamaba la atención... si tenía musiquilla pegadiza.

Pero se habían acostumbrado a la visita matutina. Habían hecho buenas migas. Tanto que un poco antes de llegar ya apagaban la radio. No deseaban interferencias.

Anselmo era el hijo pequeño. Ellos se habían llevado un enorme disgusto cuando les dijo que era homosexual. El paso de los años había mitigado el dolor. La pérdida de la memoria les había ayudado mucho. Cuando llegaba a casa con su nuevo compañero, ellos le recibían amablemente y le felicitaban por tener tantos amigos.
Anselmo los veía más a menudo. Trataba de cuidarlos. No lo hacía bien, no tenía tiempo. El Salón de esculpido de uñas que regentaba le ocupaba mucho tiempo.

Pero la visita era puntual. Constante. Y era la alegría de aquel par de viejecillos. No estaba mucho tiempo, pero el tiempo en que estaba... Era el aire fresco de la mañana.
Compartían la comida. Y jugaban a quitárselas los unos a los otros. Era un perfecto triángulo amoroso.

Terminando el otoño, los días se hacían más desapacibles. Y el invierno estaba cerca.

La visita se llamaba Ramón. No lo había contado antes. ¿No?

Ahora, los viejecillos, en sus periodos más lucidos, empezaban a temer por Ramón. Que podía pasar si Ramón ya no volvía.

Temían que Ramón, el gorrión, el pequeño gorrión, no pudiese sobrevivir al crudo invierno que se suponía que iba a venir.

Y si hubieran tenido el televisor enchufado, las noticias les habrían confirmado que se aproximaba el más crudo invierno de los últimos 12 años.



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046·ovnm020·071019 · La visita ©2007 
707'070609-Granada-1810-Ramón el gorrión-w ©2007
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10 comentarios:

RMS dijo...

Hola!!!
¿Te da cuenta de lo que puede generar una 'visita' y el poder que con ella va?. Refrescante... Buena historia, me has hecho pensar en ciertas cosas... ciertas visitas. ;-)
Un abrazo.

Carlota dijo...

Ya veo que aparte de tu vena humorística tienes una sensible. Me ha encantado el cuento, y encima, tienes la misma plantilla que yo! que no te creas tú que somos muy pocos los que tenemos tan buen gusto, y para colmo, te lee (y supongo que lees) el maravilloso Rammses...¿Tu crees que Ramón y mi chon podrían darse calor mútuo y hacerse amigos? Todavía no llegó el invierno, ¿no? así, aunque los abueletes dejaran de verle, sabrían que está bien y que en primavera volverá. Un abrazo.

eSadElBlOg dijo...

Una señora que conozco tiene de fondo de pantalla un pájaro que cada verano les visitaba. Dice que paseaba en el hombro de su marido. ¿sería Ramón?

Anónimo dijo...

Una encantadora historia, muy tierna.

Mandarina azul dijo...

Has consguido que me haya enamorado de los dos viejitos y de Ramón.
Qué maravilla de escrito, Ñoco.

¡Muac! :)

Mandarina azul dijo...

Claro, como para no enamorarme de Ramón, con lo guapo y simpático que es... :)

Oye, y esta música... ¡qué genial!

Marina dijo...

En el segundo piso de la casa de mis padres (que siempre fue y seguirá siendo mía) hay un tejado. Mi padre, Antonio, después de comer, recogía todos los sobrantes de pan (y los no sobrantes que le pasábamo por debajo de la mesa), los migaba y, envueltos en una servilleta de cuadros, se los tiraba a los pájarosa por la ventana. Ellos le esperaban cada día, aún antes de salir. Mi madre, que siempre le regañaba, sigue migando el pan y alimentando pajarillos.

Un beso migado.

Elena dijo...

Muy tierna esta história y a la vez triste. Hace un repaso corto pero intenso de la vida, y de lo que supone la soledad en eso años en que la compañia es vital. Me alegra saber que tienes este otro espacio donde sigues expresando tus sentimientos siempre con delicadeza y buen gusto. Besos!

VolVoreta dijo...

...tu gorrión y mi gorriona ya se hacen compañía...La soledad acompañada es menos gris.

Te dejo un beso.

Esilleviana dijo...

me ha traido VolVoreta (tampoco la conozco...) pero su enlace es tan acertado y hermoso, que cómo no dejar estas palabras tontas para que quede constancia de que me gustó, a pesar de la soledad a la que todos llegaremos (eso espero). Muy agradable.

saludos.