Ella: Que haces?
Él: Estoy escribiendo
Ella: Y sobre que escribes?
Él: Sobre Fulgencio Máximo
Ella: Perdona… mi ignorancia...
Ella: Quién es?
Él: Un amigo mío, un personaje famoso de la vida real
Y dicho esto, ya puedo seguir tranquilo.
Yo era, y soy, íntimo amigo de Fulge. Y seremos. Casi nos criamos juntos, nos separaban unos meses de edad, vivíamos en la misma calle de la misma ciudad (tengo que hacer esta precisión por que los nombres de las calles se repiten en muchas ciudades).
Juntos íbamos a todos los sitios y, casi siempre, juntos regresábamos. Etc. Más tarde, si tengo ganas, contaré algo de nuestra conjunta niñez.
Hoy quiero escribir algo de la historia de este hombre singular, ahora que es mayor, se ha convertido en eso, en singular, y que se encuentra inmerso en un trágico drama, pero para hacerlo tendré que entrar en los antecedentes familiares.
Conocía a su padre, Crescencio Afranio Hinojosa del Temple Carballeda, y a su madre, Regina Virginia Montanchez y Cervalizas.
Crescencio vivía obsesionado con tener un hijo, me contaron, y mucho más desde el punto en que Regina ponía todos los obstáculos posibles a la consumación del matrimonio. De estas cuestiones me enteré más tarde, cuando dejé de ser niño. Nadie le contaba a un niño esas cosas de años antes de su nacimiento. Tampoco llegué a saber como por fin se había consumado aquel matrimonio. Bueno, no me refiero al acto en sí, que sí se como se hace, sino a la decisión y/o consentimiento de Regina a ser violada por su propio marido (creo que ella lo veía así)
El plan de Crescencio era, por demás, bastante común en el planteamiento. Quería tener un hijo, no hija, que brillase como un diamante dentro de una montaña de carbón. Para él, el mundo era una mierda (poéticamente le llamaba carbón) y su hijo brillaría, brillaría, brillaría…
Los preparativos de la concepción fueron extraordinarios. Alquiló, por una semana, una suite en un conocido gran hotel. De acuerdo con la dirección del hotel, llenó la habitación de valiosas reproducciones de grandes pintores de la historia de la humanidad, incluso se llevó a la suite un cuadro original muy apreciado que tenía en su despacho. No se conformó con eso. Dispuso, durante esa semana, de originales centros florales donde suponía se concentraba toda la belleza, y lo completó con un surtido de onerosos frascos de esencias y fragancias que serían la envidia de Jean-Baptiste Grenouille.
Hay muchos más detalles, no nimios, que completaban el llamado marco de referencia. Durante todo el tiempo en el que habitaban la suite, que era todo el tiempo, sonaba la mejor música que se podía suponer, desde los más exquisitos clásicos hasta la música más actual de aquellos momentos. Por cierto, la cama estaba elevada sobre un espléndido surtido de las mejores obras de la literatura universal, abiertos todos ellos en una página con un pasaje de especial significación, o una cita digna de pasar al libro de las 1001 mejores citas de la historia.
Regina de tal y cual estaba todo el tiempo inmersa en aquel sobrecogedor ambiente, no agobiada, ya que era una mujer que se adaptaba rápidamente al entorno. Todo el tiempo. Alimentándose de los más preciados manjares hechos traer de todas las partes del planeta. Crescencio era así, todo para su reina.
Por las noches, y en el momento de cada acto, violación según Regina, sonaba El Anillo de los Nibelungos, de Wagner, no por que Crescencio tuviera ideas filonazis, que no las tenía, sino más bien por que le entusiasmaba verse cabalgando a Regina en un acto de amor sublime del que habría de surgir el fruto de su pene. Lo siento, Crescencio era así, Regina solamente era un instrumento para la creación de un ser superior, el futuro Fulgencio Máximo, mi amigo Fulge.
Bueno, no en vano Crescencio se había pasado media vida buscando su media naranja, que tendría que ser más que la mitad dado que aspiraba a la perfección. Y así fue Regina seleccionada no solo por su nombre, perfecto, sino también por su bien formado cuerpo con las medidas anatómicas por él consideradas áureas, no muy cerca de las mujeres de Rubens pero tampoco de las escuálidas de la posguerra. Y tengo que mencionar el exhaustivo y riguroso examen médico, mental y corporal.
Catorce. Catorce actos consumaron Crescencio con el consentimiento de Regina. Dos diarios. Por la mañana, después de un copioso desayuno en la cama, para coger fuerzas, y por la noche, tras el rezo del rosario por parte de Regina mientras Crescencio preparaba la música. El rezo del rosario tenía una parte interesante, eran las letanías. Cuando Regina llegaba a la serie de regina angelorun, regina patriarcarum, regina profetarum… a Crescencio se le erizaban los vellos de emoción. No así a Regina, que en el momento de recitar regina virginum se le erizaban los vellos, también, al tiempo que se le caían gruesas lágrimas pensando en que nunca más podría ser reina de las vírgenes.
Un día, es decir, una semana más tarde, ambos salieron de la suite. El director del hotel les despidió atentamente y les deseó suerte. Mientras Regina agachaba la cabeza semi avergonzada, Crescencio, cortés pero tajantemente le dijo que no la iban a necesitar, que todo estaba ya consumado y que el resultado era el deseado. De algún modo el director participaba en aquel evento y solicitó ser el padrino del niño porque, obviamente Crescencio dijo que sería niño y que había sido concebido el jueves a las 10:37. Nunca desveló a nadie de donde provenía su certeza, pero el caso es que, a los 270 días justos, vino Fulge.
!Ah! El director del hotel consiguió ser el padrino.
Es necesaria tanta explicación dado que debe saberse que Crescencio buscaba la excelencia así que debo continuar con los nueve meses siguientes. Y fueron un poco más de lo mismo, sin el acto, pero en casa. Sin el acto porque a Crescencio no le interesaba ya, que el sexo puro lo tenía fuera de casa. En cuanto a Regina, rota su virginidad, quería mantenerse como el sagrado cáliz de la nueva raza.
Fueron meses sistemáticos. Mucha música directa sobre le vientre de Regina. Crescencio se había hecho fabricar unos auriculares tamaño grande para ajustar al vientre de Regina. Por otra parte, también se había hecho fabricar un extraño alambique desde el que emanaban esencias que superaban las del citado Jean Bautiste Grenoullie.
También había contratado una serie de lectores, masculinos y femeninos, con armoniosas voces, para leer sobre el vientre esas obras selectas antes citadas. En cuanto a la obra plástica, proyectaba imágenes con un antiguo proyector Hunter de forma directa sobre el ombligo de Regina, con la esperanza de que llegaran al interior. No citaré otras pequeñas invenciones realizadas con el objeto que, por la vía de los sentidos, llegase a Fulge toda la belleza y riqueza acumulada por la humanidad desde que el hombre abandonó Atapuerca.
Y así nació Fulgencio Máximo. Su escogido nombre ya indicaba las ansias de Crescencio, las ansias de que Fulge llegara a brillar como una estrella, más aún, más que las estrellas. No entraré a relatar los muchos nombres que rondaron la cabeza de Crescencio con el fin de dejar una impronta en su hijo. Se quedó con Fulgencio, el que brilla decía él y Máximo, por las razones obvias que el mismo nombre indica.
Dicen que fue un niño perfecto. Yo no lo diría ya que nació con seis dedos, tenía los pulgares duplicados. Ligeramente duplicados, unidos por una pequeña juntura que, después, ya en el colegio, le facilitaba el encaje del lápiz entre su doble pulgar e índice. Reconozco que fue una ventaja y Crescencio así lo veía. El pobre nunca pudo imaginar que algún día llegarían los ordenadores y la Play-Station para lo que esos dobles pulgares no suponía una ventaja.
Ya de niño, como yo, seguía siendo perfecto. Era más alto y más guapo que yo. Me consuela que en aquellos tiempos no existían las niñas (realmente no sé dónde las escondían) lo que nunca supuso un problema de envidias o competencias. Pero era, era más todo que yo….excepto en sus cuatro dobles pulgares.
Crescencio estaba orgulloso. Regina, a su modo, también. Ninguno de los dos adivinaba todavía el gran drama de Fulge, ni yo, tampoco.
Perfecto. En los estudios, el primero. Yo, detrás, aprobando siempre dejando alguna, él, dejando atrás un notable o dos a lo sumo, lo demás, sobresalientes.
Nos separamos por un tiempo. Nuestras vidas se hicieron divergentes, como las vías de un tren, paralelas pero realmente tirando a divergentes ya que en las estaciones unas van a Orense y otras a Gerona, un decir. Así que, por lo menos, no convergentes.
Nos reencontramos años más tarde. De forma tonta, casual, estúpida. Los dos pasábamos por el mismo sitio al mismo tiempo (hora exacta). Y nuestra amistad se reanudó en el mismo punto en el que la habíamos dejado. Y fue entonces cuando me contó su drama, que arrastraba en silencio, con ocultación, desde que tenía uso de razón.
No era feliz. Había hecho cuatro carreras serias, Filosofía y Letras, Económicas, Antropología social y Psicosociobiología del ADN. La otra carrera, el Maratón de Nueva York, 42 y pico kilómetros quedando entre los 99 primeros.
Se había casado con una guapa mujer, sana e inteligente, que conoció en Económicas, con la que tenía dos preciosas niñas y un bien parecido niño, todos con un futuro prometedor. Su guapa mujer lo tenía todo, no necesitaba engañarla.
Me contó un sinfín de detalles acerca de lo acontecido durante esos años de nuestra separación. Se podría resumir en una vida ordenada y feliz pero...
Abrió su cartera y, al lado del carné de identidad y las tarjetas de crédito, tenía un sinnúmero de tarjetas de color marrón, tirando a ocre, que decían:
Fulgencio Máximo Hinojosa del Temple y Montanchez
Su cargo (que no digo)
Caga el Rey, caga el Papa
pero de cagar, nadie se escapa
Y por supuesto, la dirección, email, teléfonos etc. Que aquí no habré de desvelar por razones obvias.
Me quedé anonadado. Impactado. Speechlees. Obnubilando. No me lo podía creer. Puestos a epatar con tarjetas, yo tenía unas que decían, “por favor, no me pida la tarjeta”, era a lo más que había llegado. Y pensé que era una quedada.
Nada de eso. Era el reflejo de su gran drama. Pude comprobar, mucho más tarde, que en su despacho –era un alto funcionario público- tenía sobre la mesa un marco con esa misma expresión, caga el Rey, caga el Papa, pero de cagar, nadie se escapa. Y en su casa, en todas las habitaciones, discretos marcos con la consabida frase.
Me contó que muchas veces había pensado en suicidarse. Pero era un cobarde y lo asumía. El nunca lo haría solo. Reclamaba una eutanasia activa (suicidio) asistido por la Seguridad Social. Gráficamente decía que quería que le pegasen un tiro de mierda.
Yo lo animaba y le recordaba aquellos tiempos en los que andábamos dos kilómetros para ir a la playa. Él, con su elegante toalla de rayas verticales de variados colores. Yo con el neumático (ahora le llaman cámara) de un coche que, al pasar por una gasolinera cercana a la playa nos inflaba Manolo. Y cómo más tarde, todavía sin llegar a la playa, entrábamos en el Mercado y le comprábamos a Matilde dos gigantes y maduros membrillos (es una casualidad el gran parecido con sus pechos). Cómo ya en la playa, éramos la envidia de la gente por, primero, el gran neumático con siete parches a punto de reventar, segundo, por nuestros relucientes membrillos que tirábamos al agua para ir a buscarlos nadando. Ummm, que ricos al mordisquearlos, dulces con sabor salado. Y tercero, por el clavo, ese gran clavo, de casi 20 cm., con el que jugábamos a dejarlo caer desde distintas partes del cuerpo... Iba ascendiendo por el mismo hasta llegar a la punta de la nariz, luego, la cabeza, y si siempre caía clavado en la dorada arena de la playa, ganabas. Admitíamos un ángulo de inclinación de tres dedos. Éramos exigentes.
Nada. Nada lo consolaba. Era feliz a su modo, o sea, no era feliz.
Lo había intentado todo. Había visitado todos los mejores especialistas. Ningún médico encontraba una solución. Habló con la NASA, como especialista en Psicosociobiología del ADN, tenía sus contactos. Ellos, la NASA, habían encontrado medios para reducir el problema en sus astronautas pero eran soluciones parciales y, sobre todo, temporales.
Por su cuenta, había estado investigando con unos amigos preocupados por su problema, sobre cambios en la estructura molecular de su organismo a fin de encontrar otras vías anti-VRSH. Nada. Desaliento, mucho desaliento. El estado actual de la ciencia se mostraba impotente.
Y Fulge... Oh, pobre Fulge, viviendo continuamente entre dos depresiones que cada vez se acercaban más entre ellas. Pobre... !Pobre amigo mío!.
Y es que Crescencio Afranio Hinojosa del Temple y Carballeda había olvidado, en aquella gran suite del aquel gran hotel, había, había olvidado algún tipo de actuación, sobre su futuro retoño, encaminada a asumir las pequeñas imperfecciones de esta vida. Y desde luego, cagar, hacer de vientre, hacer caca, obrar, emporcar, ciscar, ensuciar, hacer de cuerpo, deponer, descargar, evacuar, excretar, defecar... es una pequeña imperfección, en nuestras imperfectas vidas. Claro, en Fulgencio Máximo, esa imperfección no era un mínimo (y no el mínimo común divisor)
Bueno, adiós, me voy a cagar
Post Scriptum:
- Fulge todavía vive, no ha conseguido que lo suiciden en la Seguridad Social. Es feliz dentro de lo que cabe. Y ya sabemos. Cabe poco.
- Adelaida, su guapa mujer, de la que no dije su nombre antes, se ríe todo el día. Le hace gracia lo que le pasa a su marido. Y continúa riéndose.
- Angélica, Melania y Adolfo, sus tres hijos, pasan del drama de su padre. ¡Cosas de la edad!
- Regina Virginia mantiene su cáliz puro, nunca más lo ha vuelto a usar.
- Crescencio Afranio, entre nubes de Alzheimer, cuando tiene un rato de lucidez, maquina sobre los errores cometidos durante la concepción. Ya tiene elaborado un plan extraordinario para la concepción de su segundo hijo (también quiere que sea hijo)
- La CCC, Comunidad Científica Caláxica continúa investigando. Ha nombrado una Comisión de Expertos. Deducimos que no tiene futuro.
- Y... siete mil millones, yendo cada día, con más menos esfuerzo, el que tiene suerte.
- Y ... yo... esta mañana... ¡Pues he tenido suerte!
* ¡Ah! VRSH, igual se me había olvidado aclararlo, Vertido de Residuos Sólidos Humanos :
:
· · ·
009·ovnm002·070914 · Fulgencio Máximo ©2007 080423/C5817 - Autorretrato de Fulgencio Máximo ©2008 |
· · ·
13 comentarios:
Puro García Márquez, y no sé si querrás tomártelo como un elogio, pero eso intento.
Esta historia ya me la leí cuando te estuve leyendo todo el blog, jeje...mmmm, tiene razón humo, y Fulgencio es nombre muy García Márquez. A ver si te llega este comentario. Por si acaso, te mando ahora correo.
Historias e histeria cotidiana...
Lo siento, no me puedo resistir, pero es que ha sido un auténtico placer volver a leer la historia de Fulgencio. Supongo que con cada lectura se enriquece aún más. Genial, de principio a fin. Que cague usted bien. :) Un beso!
yo a mi me funcionan la pruina por la noche y el pure de lentejas con unas gotas de limon pal desayuno.digaselo a su pobre amigo de mi parte que no falla.yo como una rosa voy.abrazos
¿Se me permite decir, Ñoco de mis entretelas, que esta historia la escribiste que te cagas?
Jajaja...
¡Viva tu ingenio y la madre que parió al Fulgen!
Esto no es un relato, es un SUPER relato.
Sosbe, super-relatador. :)
Una historia encantadora. Me gustó leerla.
será la naturaleza humana, esto de buscar una vida perfecta y sienpre encontrar la manera de autoboicotearse, de buscar el pelo en el huevo...creo que en el fondo todos somos así porque nunca estamos conformes con nada, y siempre creemos que nos falta algo, porque desconocemos el misterio de la felicidad aunque la tengamos delante de los ojos...
Un abrazo
Ya lo había leído, pero me faltó comentar...
Que historia, la he vuelto a releer, me gusta como la vas pintando a tu estilo ya conocido. Desde lo misterioso y fuerte presencia de un Jean-Baptiste Grenouille por el drama de Wagner.
Es tan sólo mirar a nuestro alrededor y apreciar que hasta la piedra te canta su historia, propia y sin igual. Esas son las más interesantes y aún más las que perduran en nuestra memoria cruzadas desde nuestra infancia.
Yo también era de llevar el neumático (precoz con la tabla de surf que no tenía en ese tiempo), o sino buscaba un tronco de plátano y allí me iba. Y me robaba las ciruelas que luego me daban una diarrea... una cagatina jajaja.
Abrazo Ñoco.
PD: terminé de escuchar la canción que estuvo muy buena, y tengo en el aleatorio a Casta Diva de La Callas, no sabes lo que ha sido... me voy sobre nubes...
Buenísimo, está genial; es que lo leo y releo y no me canso. Me impresionan los detalles.
Jejé, de que nadie se escapa, nadie se escapa, con más o menos suerte.
Lo de Grenouille me retrotrae a lo de las carencias por aquello de "dime de qué te ufanas y te diré de qué careces". Y pensar que el olfato está asociado a tantas memorias.
¡Laineg, traex rionadior!
Besos desgranados :-)
Nihil est… simul et inventum et perfectum.
Sé que has escrito muchas cosas después y, supongo, que algunas antes, pero, querido mío, no sé si alguna tendrá un contenido tan.... tan... ¿cómo te diría yo?... tan escatológico como esta. Jajajjaja.
Es broma prenda. Ya sabes que esta historia, de momento y a falta de mil y una más, es mi preferida.
En esta nada del beso de Hada... ummmmmmmmm bueno... va... venga... vale Un beso de Hada (escondida detrás de un árbol)
Único, es usted único hilando palabras. Gran relatador de historias.
Cada nueva lectura de Fulgencio me gusta más.
Me sacaste sonrisas... 'tu siempre más'
1M2M3M
Pasé y pisé. Besos.
Publicar un comentario